La figura del cacique jalisciense
Comparación entre Pedro Páramo y Epigmenio Trujillo
El cambio en la literatura mexicana del Siglo XX fue evidente al desarrollar una narrativa propia y Jalisco no fue precisamente la excepción, pues su aportación a las letras nacionales no sólo se limita a la cuna de autores trascendentales para la expresión escrita, sino también como escenario de diversas obras.
A partir de la década de los 40´ s tanto la técnica de escritura como los tópicos a tratar se consideran modernos, siendo cuatro los autores significativos para la literatura nacional: Carlos Fuentes, José Revueltas, Juan Rulfo y Agustín Yáñez, y son justamente estos dos últimos escritores jaliscienses de quienes nos ocuparemos en el presente ensayo para comparar el personaje del cacique, abordados desde sus particulares perspectivas en dos novelas Pedro Páramo y Las tierras flacas, respectivamente.
Para Carlos Fuentes, en La nueva novela hispanoamericana, aseguras que “Yáñez nos da la primera visión moderna del pasado inmediato de México, mientras que Rulfo mitifica situaciones, lenguaje y tipos del campo mexicano”. Ambos escritores, desde sus respectivos enfoques literarios, aportan narrativas múltiples, con argumentos no lineales y tiempos no cronológicos, entre otros variantes.
Tanto Pedro Páramo (1955) como Las tierras flacas (1962), no sólo retratan los paisajes de Jalisco durante los primeros años del Siglo XX, que además de turbulencias políticas y revueltas sociales, trajo consigo avances tecnológicos, además de la integración y liderazgo ideológico de México en América Latina. El cacique será un personaje lastimosamente importante de la historia nacional, pues estará presente en la lucha revolucionaria y por ende en las historias que habrán de contarse.
La definición convencional del cacique es la “persona que en una colectividad o grupo ejerce un poder abusivo y utiliza su influencia en el ámbito político” y con base en esta descripción podemos decir que tanto “Pedro Páramo” como “Epifanio Trujillo” son dos personajes que se empalman en esta figura represiva, que asumen el rol de dominio ejerciendo su propia ley, pues son ellos quienes escudados en el terror que infunden sobre aquellos que para nada son sus semejantes, logrando ser amos y señores de la Media Luna y las rancherías de la Tierra Santa.
“Bueno, pues eso es la Media Luna de punta a cabo. Como quien dice,
toda la tierra que se puede abarcar con la mirada. Y es de él todo ese
terrenal. El caso es que nuestras madres nos malparieron en un petate
aunque éramos hijos de Pedro Páramo. Y lo más chistoso es que él nos
llevó a bautizar. Como usted debe haber pasado lo mismo, ¿no?”.
“Don Epifanio era un grandísimo sinvergüenza; yo no pierdo las esperanzas
de que un rayo le caiga y lo parta en dos mitades; que una centella le queme
su cochina casa con todo y todo, es un usurero, cacique”.
Por un lado “Pedro Páramo”, entre sus múltiples matices, no sólo demuestra ser la figura central de la novela de Rulfo, sino que a través de la construcción del personaje se transmite una ideología propia de la época, en aras de superar las adversidades económicas, además de infundir un mandato único, su palabra se convierte en la ley.
Mientras que “Epifanio Trujillo”, en busca de perpetuar su estirpe dominante, también se convierte en el jerarca de un poblado completo en el que sus habitantes habrán de verlo como el único capaz de estar por encima de la ley, puesto que ésta no existe sin su consentimiento.
“La semana venidera irás con el Aldrete. Y le dices que recorra el lienzo.
Ha invadido tierras de la Media Luna.
- Él hizo bien sus mediciones. A mí me consta.
- Pues dile que se equivocó. Que estuvo mal calculado. Derrumba los
lienzos si es preciso.
-¿Y las leyes?
-¿Cuáles leyes, Fulgor? La ley de ahora en adelante la vamos a hacer nosotros”.
“Claro que a veces encandila a don Epifanio las posibilidades como la de cobrar
impuestos de plaza, nada más por el gusto de aparejarse con el Gobierno en
esa forma de agarrar a la gente a querer o no”.
La construcción de un personaje va más allá de darle un perfil al representante de la historia a contar, en algunos casos se convierte en un espejo en el que el lector habrá de reflejarse para encontrar rasgos de su propia personalidad mismos que logrará hacer que se identifique con él dejando dos caminos: el repudio o la admiración. Estos propósitos no resultaron un misterio para Rulfo y Yáñez, ya que la construcción de los personajes y cualidades se demuestran en la descripción que se hace de ellos, tal y como se mencionó en citas anteriores.
Rulfo nos describe a un hombre que sólo le importa la propiedad de la tierra, así es “Pedro Páramo”, cuyo único deseo es la riqueza, es él quien más engaña y asesina hasta dejar desolada la comarca, se le atribuye la pobreza y las desgracias de Comala, así como la muerte y desgracia de varios personajes.
En tanto que Yáñez nos esculpe a un sujeto similar encarnado en la figura de “Epifanio Trujillo”, que además de procurar los bienes materiales del prójimo y dedicarse a ver la manera en que se quedará con ellos, busca la perpetuidad de su estirpe con su múltiple descendencia, pues al igual que Páramo la mayoría de los pobladores de sus comunidades son sus hijos.
“Me acuso padre de que ayer dormí con Pedro Páramo.
Me acuso padre que tuve un hijo de Pedro Páramo. De
Que le presté a mi hija a Pedro Páramo…
Tenía muy presente el día que se lo había llevado,
apenas nacido. Le había dicho
-Don Pedro, la mamá murió al alumbrarlo. Dijo que era de usted”.
“Por parejo, sin distinción de pelo ni señal, don Epifanio daba
trabajo en el campo a sus presuntos hijos y les procuraba oficio,
cuando aún podría considerarse párvulos y se hallaban lejos
de la selección final dentro de los designios paternos. Lo principal
era pasarles con cierta solemnidad el derecho al apellido”.
Una más de las similitudes que podemos mencionar entre estos dos personajes es que su declive sobreviene tras la pérdida de una mujer, en sí el único personaje femenino por el que muestran afecto, pero es su personalidad altiva la que permite que sean ellos mismos quienes marquen su final, pues tanto Páramo como Trujillo se dejan morir y con ellos la prosperidad de las tierras que fueron su dominio.
“De la suerte y de la muerte no escapa el débil ni el fuerte.
Nadie saca de la monótona repetición del refrán a doña Amandita,
única alma viviente que presenció el fin de don Epifanio”.
Trujillo es un viejo cacique que enfrenta la pérdida de su poder y a su propio declive físico por la fuerza de acontecimientos que es incapaz de comprender o asimilar. En Las tierras flacas, Yáñez se enfoca en la vida de las rancherías de Jalisco que se verán marcadas por la pobreza y el abandono gubernamental que han dejado el territorio en manos de un solo hombre: Epifanio Trujillo.
Mientras que el final de “Pedro Páramo”, según describe Rulfo es en el abandono total, propiciado por la muerte de “Susana San Juan”, quien pese a estar casada con el cacique no le importa, convirtiéndose en la máxima expresión del desdén. La angustia de no poder tener el amor de la mujer lleva a Páramo a cruzarse de brazos y dejar que Comala se convierta en un pueblo fantasma, a manera de venganza.
“Allá atrás, Pedro Páramo, sentado en su equipal miró el cortejo
que se iba hacia el pueblo. Sintió que su mano izquierda, al querer
levantarse, caía muerta sobre sus rodillas; pero no hizo caso de eso.
Estaba acostumbrado a ver morir cada día alguno de sus pedazos”.
Bibliografía
CANO BONILLA, Elsa María. Manual práctico de la literatura mexicana. Editorial Porrúa. México. 1999.
QUEZADA, Silvia. Rutas de la literatura mexicana. Escritores del Siglo XX. Editado por el Ayuntamiento de Zapopan. México. 2005.
RULFO, Juan. Pedro Páramo. Plaza & Janes. México. 2000
YÁÑEZ, Agustín. Las tierras flacas. Joaquín Mortiz. México. 2003
martes, 27 de enero de 2009
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