Dicotomía de lo público y lo privado en
La casa nueva, Silvia Molina
En su definición más sencilla y según la Real Academia de la Lengua Española el término dicotomía significa el método de clasificación en que las divisiones y subdivisiones sólo tienen dos partes, esta explicación es necesaria para establecer los límites del acercamiento analítico al texto La casa nueva, de Silvia Molina que a continuación se propone.
Puesto que un análisis literario requiere del tratamiento del texto a profundidad y bases más sólidas en cuanto a la aplicación de una metodología, el presente ensayo sólo busca destacar el binomio de Lo público y lo privado, según la descripción de Cristina Molina Petit en su obra Dialéctica feminista de la ilustración, el cual servirá de base metodológica y como aparato crítico.
Tomando como punto de partida los significados asignados por Molina Petit para lo público como el espacio en el que se enmarcan las actividades expuestas al reconocimiento y socialmente más valoradas, es el espacio de los varones, mientras que lo privado es el ámbito en el que se desarrollan las actividades femeninas, se relacionan con lo considerado socialmente menos importante. La importancia de hablar sobre los espacios en los que se desarrolla el texto de Silvia Molina recurre a nivel semántico, puesto que el sitio tiene sentido cuando significa algo para alguien.
Desde el título de la obra, La casa nueva, se determina una narración en la que lo privado habrá de predominar pues es el objeto central de la trama. Según el Diccionario de los símbolos, de Jean Chevalier, la casa es la imagen del universo, pero es también un símbolo femenino, con el sentido de refugio, madre, protección o seno materno. Esta misma percepción tiene la protagonista, quien nos introduce al relato como narradora y protagonista del mismo, esta argumentación se comprueba con el siguiente fragmento del cuento:
No quería irme de allí nunca, mamá. Aun encerrada viviría feliz. Esperaría
a que llegaran ustedes, miraría las paredes lisitas, me sentaría en los pisos
de mosaico, en las alfombras, en la sala acojinada; me bañaría en cada uno
de los baños; subiría y bajaría cientos, miles de veces la escalera de piedra y
la de caracol; hornearía muchos panes para saborearlos despacito en el comedor.
Allí esperaría la llegada de usted, mamá, la de Anita, de Rebe, de Gonza, del
bebé, y mientras, también escribiría una composición para la escuela: La casa nueva.
“En esta casa, mi familia va a ser feliz. Mi mamá no se volverá a quejar de
la mugre en que vivimos. Mi papá no irá a la cantina; llegará temprano a dibujar.
Yo voy a tener mi cuartito, mío, para mí solita; y mis hermanos”.
a que llegaran ustedes, miraría las paredes lisitas, me sentaría en los pisos
de mosaico, en las alfombras, en la sala acojinada; me bañaría en cada uno
de los baños; subiría y bajaría cientos, miles de veces la escalera de piedra y
la de caracol; hornearía muchos panes para saborearlos despacito en el comedor.
Allí esperaría la llegada de usted, mamá, la de Anita, de Rebe, de Gonza, del
bebé, y mientras, también escribiría una composición para la escuela: La casa nueva.
“En esta casa, mi familia va a ser feliz. Mi mamá no se volverá a quejar de
la mugre en que vivimos. Mi papá no irá a la cantina; llegará temprano a dibujar.
Yo voy a tener mi cuartito, mío, para mí solita; y mis hermanos”.
Para la protagonista y su familia, la nueva casa representa el cambio y realización social, en ella habrá de habitar todo el núcleo que la compone, lo que se reconoce como el espacio privado, además expone la posesión de una habitación para sí misma, es decir, lo privado es visto como lo propiedad, mientras que el padre asiste a lugares públicos como la cantina en el que desarrolla su rol de género, el cual habremos de entender como los aspectos psicológicos y culturales, es decir, la condición social.
Tal y como menciona Molina Petit el pensamiento liberal otorgó un nuevo pensamiento al adjudicarle las connotaciones de lo íntimo, lo irreductiblemente personal y así lo constituyó en aquel ámbito respecto del cual el sujeto podía ejercer su derecho de apropiación sustrayéndolo a la miradas y las interferencias de lo público.
El enfoque de la “casa” se remite a un deseo de la familia en general, no sólo de la protagonista y de los padres, además es tomado por la autora como la anécdota de la historia, así como el desprecio hacia la antigua casa, de la que se refiere mediante los calificativos “mugre”, “vieja” o “sucia”, en contraposición con la descripción de la “nueva” casa, a la que se le atribuye un “olor a nuevo”, “reja blanca”, términos que según la escuela sociocrítica, propuesta por el francés
Edmond Cros, son positivos.
Positivo (Casa nueva)
Negativo (Casa vieja)
Reja blanca, recién pintada
Son los años
Olor a nuevo, con ganas de sentirla
Quejar de la mugre en la que vivimos
No quería irme de ahí nunca
Sin privacidad ni agua.
Positivo (Casa nueva)
Negativo (Casa vieja)
Reja blanca, recién pintada
Son los años
Olor a nuevo, con ganas de sentirla
Quejar de la mugre en la que vivimos
No quería irme de ahí nunca
Sin privacidad ni agua.
Retomando los conceptos de Molina Petit podemos establecer que la familia de la historia se mantiene en un sistema de patriarcado puesto que es el padre quien asigna y determina los espacios que se habitarán en la idealizada casa como se denota en el siguiente fragmento del cuento:
“Cuando subimos me dijo, esta va a ser tu recámara. Había inflado
el pecho y hasta parecía que se le cortaba la voz de la emoción.
Para mí solita, pensé. Ya no tendría que dormir con mis hermanos.
Apenas abrí una puerta, él se apresuró: Para que guardes la ropa”.
el pecho y hasta parecía que se le cortaba la voz de la emoción.
Para mí solita, pensé. Ya no tendría que dormir con mis hermanos.
Apenas abrí una puerta, él se apresuró: Para que guardes la ropa”.
Según Molina Petit la relación de la mujer con la propiedad se articula como una posesión encerrada en lo privado y doméstico como una condición para que el hombre acceda sin problemas al reino de lo político y lo privado.
Otra explicación de los espacios en los que se divide la casa que sueña la familia son las habitaciones, que son vistos como zonas privadas y por ende femeninas, mientras que la sala se visualiza como un lugar público. La voz narrativa hace el relato de manera natural y valorizado como la conquista del espacio masculino, de acuerdo con las mismas explicaciones que da Molina Petit.
Como conclusión podemos agregar que la novedad de la casa representa el espacio a conquistar por el padre, ya que con esto da una reafirmación de su triunfo y mejora social personal y familiar según las marcas sociales modernas. No obstante esto se queda en un fracaso, puesto que la narradora inicia con una retrospectiva de la historia, como se menciona en el siguiente párrafo:
“Claro que no creo en la suerte, mamá. Ya está usted como mi papá.
No me diga que fue un soñador; era un enfermo –con perdón de
usted-. ¿Qué otra cosa? Para mí, la fortuna está ahí, o, de plano,
no está. No mamá. La vida no es ninguna ilusión; es la vida, y se
acabó… Aunque le diré. A veces, pasa el tiempo y uno se niega a
olvidar ciertas promesas; como aquella tarde en que mi papá me
llevó a ver la casa nueva de la colonia Anzures”.
“Claro que no creo en la suerte, mamá. Ya está usted como mi papá.
No me diga que fue un soñador; era un enfermo –con perdón de
usted-. ¿Qué otra cosa? Para mí, la fortuna está ahí, o, de plano,
no está. No mamá. La vida no es ninguna ilusión; es la vida, y se
acabó… Aunque le diré. A veces, pasa el tiempo y uno se niega a
olvidar ciertas promesas; como aquella tarde en que mi papá me
llevó a ver la casa nueva de la colonia Anzures”.
Respecto a este texto podemos mencionar que se podría clasificar en los discursos que conforman la literatura de las mujeres, es decir, todo lo que fue escrito por las mujeres, sin un discurso feminista.
Corpus de estudio
La casa nueva
Silvia Molina
Claro que no creo en la suerte, mamá. Ya está usted como mi papá. No me diga que fue un soñador; era un enfermo —con el perdón de usted—. ¿Qué otra cosa? Para mí, la fortuna está ahí o, de plano, no está. Nada de que nos vamos a sacar la lotería. ¿Cuál lotería? No, mamá. La vida no es ninguna ilusión; es la vida, y se acabó. Está bueno para los niños que creen en todo: "Te voy a traer la camita", y de tanto esperar, pues se van olvidando. Aunque le diré. A veces, pasa el tiempo y uno se niega a olvidar ciertas promesas; como aquella tarde en que mi papá me llevó a ver la casa nueva de la colonia Anzures.
El trayecto en el camión, desde la San Rafael, me pareció diferente, mamá. Como si fuera otro... Me iba fijando en los árboles —se llaman fresnos, insistía él—, en los camellones repletos de flores anaranjadas y amarillas —son girasoles y margaritas—, decía.
Miles de veces habíamos recorrido Melchor Ocampo, pero nunca hasta Gutemberg. La amplitud y la limpieza de las calles me gustaba cada vez más. No quería recordar la San Rafael, tan triste y tan vieja: "No está sucia, son los años", repelaba usted siempre, mamá. ¿Se acuerda? Tampoco quería pensar en nuestra privada sin intimidad y sin agua.
Mi papá se detuvo antes de entrar y me preguntó:— ¿Que te parece? Un sueño, ¿verdad?Tenía la reja blanca, recién pintada. A través de ella vi por primera vez la casa nueva...
La cuidaba un hombre uniformado. Se me hizo tan... igual que cuando usted compra una tela: olor a nuevo, a fresco, a ganas de sentirla.
Abrí bien los ojos, mamá. Él me llevaba de aquí para allá de la mano. Cuando subimos me dijo:
—Ésta va a ser tu recámara.
Había inflado el pecho y hasta parecía que se le cortaba la voz de la emoción. Para mí solita, pensé. Ya no tendría que dormir con mis hermanos. Apenas abrí una puerta, él se apresuró:
—Para que guardes la ropa.
Y la verdad, la puse allí, muy acomodadita en las tablas, y mis tres vestidos colgados, y mis tesoros en aquellos cajones. Me dieron ganas de saltar en la cama del gusto, pero él me detuvo y abrió la otra puerta:
—Mira, murmuró, un baño.
Y yo me tendí con el pensamiento en aquella tina inmensa, suelto mi cuerpo para que el agua lo arrullara.
Luego me enseñó su recámara, su baño, su vestidor. Se enrollaba el bigote como cuando estaba ansioso. Y yo, mamá, la sospeche enlazada a él en esa camota —no se parecía en nada a la suya—, en la que harían sus cosas sin que sus hijos escucháramos. Después, salió usted recién bañada, olorosa a durazno, a manzana, a limpio. Contenta, mamá, muy contenta de haberlo abrazado a solas, sin la perturbación ni los lloridos de mis hermanos.
Pasamos por el cuarto de las niñas, rosa como sus mejillas y las camitas gemelas; y luego, mamá, por el cuarto de los niños que "ya verás, acá van a poner los cochecitos y los soldados". Anduvimos por la sala, porque tenía sala; y por el comedor y por la cocina y por el cuarto de lavar y planchar. Me subió hasta la azotea y me bajó de prisa porque "tienes que ver el cuarto para mi restirador". Y lo encerré ahí para que hiciera sus dibujos sin gritos ni peleas, sin niños cállense que su papá está trabajando, que se quema las pestañas de dibujante para darnos de comer.
No quería irme de allí nunca, mamá. Aun encerrada viviría feliz. Esperaría a que llegaran ustedes, miraría las paredes lisitas, me sentaría en los pisos de mosaico, en las alfombras, en la sala acojinada; me bañaría en cada uno de los baños; subiría y bajaría cientos, miles de veces la escalera de piedra y la de caracol; hornearía muchos panes para saborearlos despacito en el comedor. Allí esperaría la llegada de usted, mamá, la de Anita, de Rebe, de Gonza, del bebé, y mientras, también escribiría una composición para la escuela: La casa nueva.
En esta casa, mi familia va a ser feliz. Mi mamá no se volverá a quejar de la mugre en que vivimos. Mi papá no irá a la cantina; llegará temprano a dibujar. Yo voy a tener mi cuartito, mío, para mí solita; y mis hermanos...
No sé qué me dio por soltarme de su mano, mamá. Corrí escaleras arriba, a mi recámara, a verla otra vez, a mirar bien los muebles y su gran ventanal; y toqué la cama para estar segura de que no era una de tantas promesas de mi papá, que allí estaba todo tan real como yo misma, cuando el hombre uniformado me ordenó:
—Bájate, vamos a cerrar.
Casi ruedo las escaleras, el corazón se me salía por la boca:
—¿Cómo que van a cerrar, papá? ¿No es mi recámara?
Ni con el tiempo he podido olvidar: ¡Qué iba a ser nuestra cuando se hiciera la rifa!
El trayecto en el camión, desde la San Rafael, me pareció diferente, mamá. Como si fuera otro... Me iba fijando en los árboles —se llaman fresnos, insistía él—, en los camellones repletos de flores anaranjadas y amarillas —son girasoles y margaritas—, decía.
Miles de veces habíamos recorrido Melchor Ocampo, pero nunca hasta Gutemberg. La amplitud y la limpieza de las calles me gustaba cada vez más. No quería recordar la San Rafael, tan triste y tan vieja: "No está sucia, son los años", repelaba usted siempre, mamá. ¿Se acuerda? Tampoco quería pensar en nuestra privada sin intimidad y sin agua.
Mi papá se detuvo antes de entrar y me preguntó:— ¿Que te parece? Un sueño, ¿verdad?Tenía la reja blanca, recién pintada. A través de ella vi por primera vez la casa nueva...
La cuidaba un hombre uniformado. Se me hizo tan... igual que cuando usted compra una tela: olor a nuevo, a fresco, a ganas de sentirla.
Abrí bien los ojos, mamá. Él me llevaba de aquí para allá de la mano. Cuando subimos me dijo:
—Ésta va a ser tu recámara.
Había inflado el pecho y hasta parecía que se le cortaba la voz de la emoción. Para mí solita, pensé. Ya no tendría que dormir con mis hermanos. Apenas abrí una puerta, él se apresuró:
—Para que guardes la ropa.
Y la verdad, la puse allí, muy acomodadita en las tablas, y mis tres vestidos colgados, y mis tesoros en aquellos cajones. Me dieron ganas de saltar en la cama del gusto, pero él me detuvo y abrió la otra puerta:
—Mira, murmuró, un baño.
Y yo me tendí con el pensamiento en aquella tina inmensa, suelto mi cuerpo para que el agua lo arrullara.
Luego me enseñó su recámara, su baño, su vestidor. Se enrollaba el bigote como cuando estaba ansioso. Y yo, mamá, la sospeche enlazada a él en esa camota —no se parecía en nada a la suya—, en la que harían sus cosas sin que sus hijos escucháramos. Después, salió usted recién bañada, olorosa a durazno, a manzana, a limpio. Contenta, mamá, muy contenta de haberlo abrazado a solas, sin la perturbación ni los lloridos de mis hermanos.
Pasamos por el cuarto de las niñas, rosa como sus mejillas y las camitas gemelas; y luego, mamá, por el cuarto de los niños que "ya verás, acá van a poner los cochecitos y los soldados". Anduvimos por la sala, porque tenía sala; y por el comedor y por la cocina y por el cuarto de lavar y planchar. Me subió hasta la azotea y me bajó de prisa porque "tienes que ver el cuarto para mi restirador". Y lo encerré ahí para que hiciera sus dibujos sin gritos ni peleas, sin niños cállense que su papá está trabajando, que se quema las pestañas de dibujante para darnos de comer.
No quería irme de allí nunca, mamá. Aun encerrada viviría feliz. Esperaría a que llegaran ustedes, miraría las paredes lisitas, me sentaría en los pisos de mosaico, en las alfombras, en la sala acojinada; me bañaría en cada uno de los baños; subiría y bajaría cientos, miles de veces la escalera de piedra y la de caracol; hornearía muchos panes para saborearlos despacito en el comedor. Allí esperaría la llegada de usted, mamá, la de Anita, de Rebe, de Gonza, del bebé, y mientras, también escribiría una composición para la escuela: La casa nueva.
En esta casa, mi familia va a ser feliz. Mi mamá no se volverá a quejar de la mugre en que vivimos. Mi papá no irá a la cantina; llegará temprano a dibujar. Yo voy a tener mi cuartito, mío, para mí solita; y mis hermanos...
No sé qué me dio por soltarme de su mano, mamá. Corrí escaleras arriba, a mi recámara, a verla otra vez, a mirar bien los muebles y su gran ventanal; y toqué la cama para estar segura de que no era una de tantas promesas de mi papá, que allí estaba todo tan real como yo misma, cuando el hombre uniformado me ordenó:
—Bájate, vamos a cerrar.
Casi ruedo las escaleras, el corazón se me salía por la boca:
—¿Cómo que van a cerrar, papá? ¿No es mi recámara?
Ni con el tiempo he podido olvidar: ¡Qué iba a ser nuestra cuando se hiciera la rifa!
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